Preavisado por la maravillosa visión de Oporto desde lo alto del puente de Luis I; el momentazo del viaje apareció al cruzar el Rio Duero, en Vila Nova de Gaia desde donde tomé una copa de Oporto viendo de fondo la ciudad. Unos minutos estirados y saboreados al máximo.
La tranquilidad de la ciudad se manifiesta en sus cafés; son puntos de encuentro para sus ciudadanos. El glamour del cafe Majestic parece excesivo; pero la vida se desenvuelve con naturalidad para todo tipo de ciudadanos, desde el oficinista que se permite unos minutos ante su café o los habituales tertulianos arreglando el mundo. De similar estética pero en un tono menor están el Cafe Guarany y el Café a Brasileira. Queda mencionar dos cafés más humildes pero llenos de historia como el estudiantil Café Ancora d’ouro y el centenario (y renovado) Café Progreso.
Es imprescindible visitar la Libreria Lello; una virguería neogótica que parece viajar a otra época. (Si habéis visto alguna película de Harry Potter, es la biblioteca de Hogwarts.) Añadiré algún dato práctico. Los precios son bajos; por ejemplo en el café Progresso un café solo y un bolo de nata me costó 1,4 euros. Un precio ridículo. La comida no fué cara y estuvo sabrosa; llegué a comer un menu correcto por 5 euros. El aeropuerto es pequeño y bien comunicado; el metro te lleva al centro de la ciudad (Trindade) en 20 minutos.